Los atenienses levantaron una próspera ciudad y deseaban que algún dios los protegiera. Poseidón y Atenea querían ese honor y lucharon por él. Los atenienses sugirieron entonces para dirimir la disputa que la ciudad sería para aquel de los dos que les ofreciera el mejor obsequio.
Poseidón clavó su tridente en una roca de la Acrópolis de la que brotó un manantial de agua salada que estuvo a punto de inundar la ciudad.
Los atenienses protestaron diciendo que el agua estropearía sus ricas tierras de labranza y pidieron a Atenea que les ofreciera un regalo más práctico.
Atenea golpeó la roca con su lanza y de inmediato brotó un olivo. Los atenienses vieron que de sus frutos obtendrían aceite para cocinar, para iluminar y para hacer perfumes, y pusieron su ciudad bajo la protección de la diosa. Atenea aseguró del olivo que "del que no solamente sus frutos serían buenos para comer, sino para aliviar sus heridas y dar fuerza a su organismo, capaz de dar llama para iluminar las noches...".
Las marcas del tridente y del olivo sagrado se conservaron visibles durante siglos.
Otra versión alternativa pero parecida de la leyenda afirma que se necesitaba bautizar una ciudad que Cécrope había construido en Grecia. Fue cuando Poseidón y Atenea se disputaron el honor de apadrinarla y, como no llegaban a un acuerdo, decidieron llevar la cuestión ante el tribunal de los dioses.
Dicho tribunal concluyó que el padrino de la ciudad sería aquel que presentara el regalo más perfecto a la ciudad. Poseidón entonces, golpeó nerviosamente la arena de los mares e hizo surgir un brioso corcel, ardiente y feroz.

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